Cuando los maestros y maestras, el día 1 de septiembre soltamos la maleta del verano, y agarramos el maletín del nuevo curso, no habíamos previsto encontrarnos con el colegio "patas arriba".
Sin previo aviso, el dulce olor a goma de borrar que habitualmente descansa en los rincones de las aulas y que la soledad guarda como oro en paño para traer a nuestro olfato los recuerdos de los infantes, felizmente olvidados durante el estío; ese olor dulce, había quedado totalmente ignorado por una tóxica marea de pintura plástica, que se resbalaba lenta e imprecisa por las paredes. Los pintores, saltimbanquis protagonistas, danzaban entre el lioso enjambre de mesas, sillas, pizarras,...
Durante los primeros días, asistimos atónitos a lo que temimos fuera: un comienzo sin fin. Como no quisimos tentar al destino, las apuestas para adivinar el final de la batalla, quedaron en saco roto.
Afortunadamente, cuando llegó la mañana del : ¡Bienvenidos a la escuela!, a pesar de que no era la imagen exacta del colegio que nos gusta tener para ese primer día, de buena manera pudimos recibir y acoger a nuestros chicos y chicas.
Pasados los primeros días, la maquinaria se pone en marcha al ritmo que vamos marcando. En las pizarras ya se leen las tareas y con ilusión se cambia la fecha cada la mañana. Los nuevos alumnos y los de siempre, empiezan a ocupar el espacio, a hacer suyo el recreo, a invadir la escalera, ya no hay soledad entre los olmos,
Y los maestros vamos también , ajustando nuestro oficio y emprendiendo el camino del curso 17/18, convencidos de que educar es: guiar, acompañar, transmitir, emocionar, orientar, inspirar, indagar, ayudar,... y todo ello, en equipo. Mejor juntos que solos.