Después de un verano en el que fuimos recuperando el ocio y el encuentro perdidos, esta semana, se cumplirán dos meses de la vuelta a las aulas.
Cuando fuera del colegio se van recuperando los encuentros y acercando las distancias, en la escuela vivimos impacientes a la espera de incorporar a nuestro trabajo las maneras y los espacios que la pandemia nos robó: la alegría de los recreos compartidos; el bullicio de las entradas y salidas al colegio, cuando el timbre ponía sus particulares notas musicales al paso del tiempo.
Quedan aún condenados los encuentros directos con padres y madres, que tanto engrandecen la familia de la escuela, siguen huecos los abrazos, distantes las caricias y censurados los besos.
En esta extraña realidad para el afecto, esperando la normalidad, la escuela continua sin excusa su labor de ayudar a crecer y enseñar a saber.
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